La primavera inicia la temporada del vino
La luz cambia y se hace más brillante, las horas del día se estiran y las temperaturas de a poco van subiendo. El descanso del invierno, cuando las vides literalmente se adormecen y su metabolismo se ralentiza para proteger a la planta de los rigores del clima, llega a su fin y nos despedimos de la estación de paisajes quietos para dar paso al colorido de la primavera.
Una primera señal de esta mutación silenciosa es el lloro: las vides comienzan un nuevo ciclo vegetativo, su metabolismo vuelve a activarse y entonces pequeñas gotas de salvia emanan de los cortes de poda que se practicaron en el invierno. La planta parece llorar, pero en verdad despierta.
En septiembre, en Argentina, comienzan a verse los tempranos verdes. Primero las yemas se asoman en los tallos y se alargan hasta convertirse en brotes, momento delicado, ya que las temperaturas aún no son estables y una helada imprevista puede quemarlos o lastimarlos, comprometiendo a la futura cosecha.
Con su crecimiento, los brotes se transformarán en hojas en un acontecimiento que se conoce como foliación. Ellas serán las responsables del proceso de fotosíntesis de las plantas, es decir, de recibir la energía del espléndido sol del Valle de Uco para transformarlo en vida. Uno de los trabajos en el viñedo será entonces cuidar el preciado equilibrio de la planta y eliminar algunos brotes para que el rendimiento de cada una de ellas sea el esperado. El ritmo de la transformación dependerá de diversos factores como el aumento de las temperaturas, las lluvias y las características del suelo de cada una de las fincas.
En su última etapa, la estación de la fertilidad nos traerá los ramilletes de mínimas flores de las vides que luego -polinización mediante- se transformarán en los frutos que nos regalarán, más allá del tiempo de cosecha, el cuidado y esperado vino.