Descubre por qué celebramos el mes de las flores y su importancia para un Malbec de calidad

Avanza la primavera y suben las temperaturas. Luego de los brotes y de la foliación, cuando aparecen las hojas a través de las cuales la planta respira, transpira y realiza la fotosíntesis, el ciclo continúa con la floración, cuando asoman en el viñedo los racimos de mínimas flores blancas con su discreta belleza.

Es un momento crucial para los futuros vinos, ya que la buena sanidad redundará en la buena calidad de los frutos. A partir de los pequeños racimos, aquellas flores que sean polinizadas, transcurridos algunos días se convertirán en granos de uva. Las vides cultivadas, a diferencia de las silvestres,  tienen flores hermafroditas, capaces de reproducirse a sí mismas. Cuando la flor se poliniza comienza un proceso que se llama cuajado o cuaje, y es entonces cuando se transforma en uva, unas tres semanas más tarde.

Para favorecer la polinización, es importante que se den algunas condiciones como temperaturas mayores a los 15 grados, poca o nada de lluvias y una buena insolación, aspectos que el imponente Valle de Uco suele regalarnos. La variedad Malbec con la que se elabora el vino insignia de Argentina es especialmente sensible en este proceso.

Aquellas flores que no llegan a ser polinizadas se caen del racimo. A este fenómeno se lo llama corrimiento. Las que hayan logrado la polinización se transformarán en frutos que crecerán en la vid hasta su momento justo de maduración, al que con cuidado y paciencia nuestros enólogos definirán como el indicado para producir vinos equilibrados y armónicos. 

La primavera seguirá avanzando y las plantas reservarán su energía para su crecimiento. Los granos serán verdes hasta el mes de enero, cuando el envero pinte de morado a las variedades tintas y el calor empuje la madurez de los racimos para concentrar aromas y sabores. 

En octubre se dan días de cuidado, trabajo y disfrute, custodiando el germen de los mejores frutos, aquellos que en un futuro nos permitirán brindar.